Cuando tu mundo se acaba, siempre buscas el mal menor.

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Puede que te hayan señalado con el dedo por tus ideas, puede que ya no haya futuro para tus hijos, puede que el hambre, la inseguridad, el cansancio, la violencia, la injusticia o la miseria, te empujen. Y entonces tomas la decisión de emigrar, de irte.

No es fácil. El desarraigo es muy duro. No sabes lo que encontrarás, allí, donde vayas. Es comenzar todo de nuevo, una nueva historia, quizás otro idioma, otras costumbres, una realidad diferente.

Y tú esperas que todo vaya a mejor, porque a peor no podría ir sin dejar de ir a ningún sitio. 

No puedes llevarte casi nada, sólo recuerdos. Y los que se quedan, porque siempre hay alguien que prefiere quedarse… se apropiarán de lo que dejaste. Sí, es así. El ser humano es así, no me digas que no. ¿Qué no debería serlo? Estamos de acuerdo. Pero entre el «debería» y el «es» hay una larga distancia de justificaciones, de excusas, de codicia…

Y casi nunca la tierra prometida es tan «paradisíaca». Yo diría que hasta podríamos eliminar el «casi».

Allí donde llegues serás un extraño, un forastero, un gringo, un gallego, un indeseable, un ladrón, un sudaca… No te lo dirán a la cara. No es necesario. Pero lo sentirás en la indiferencia y también en las diferencias. Ya puedes hacer gueto o intentar integrarte, da igual. Quizás tus hijos o tus nietos pasen más desapercibidos, ¿pero tú? No eres el hijo de… no eres del pueblo, no eres…

Si lo vemos desde la otra acera. A nadie le gusta que lo invadan, que se queden con su trabajo por menos salario, que usufructúen sus derechos… a nadie le gusta eso. Y menos aún si el gobierno de tu país ha permitido que te quedes sin trabajo, sin casa, sin educación para tus hijos y sin atención sanitaria de calidad. Te pidieron sacrificio para salir de la crisis y ahora le ofrecen a unos extraños, aquello que a ti te niegan. 

¿Y ahora te acuerdas? ¿Ahora te das cuenta?

¿Por qué no saliste a la calle en cuánto sentiste tus derechos vulnerados?

Ya verás que pronto, la culpa será de los inmigrantes.

Lo veo cada día en las noticias, ahora le tocó a los sirios. Una guerra por intereses económicos, como todas. Las recetas de los países no cambian:

·         Se hacen los tontos.

·         Cierran fronteras

·         Abren fronteras ante el riesgo de motines.

·         Vulneran los derechos humanos.

·         Confinan a los inmigrantes en campos indignos.

·         Abren fronteras, que se jodan los de al lado.

·         Blindan fronteras.

·         Ofrecen lo que no pueden dar. Incluso lo que sus propios habitantes no tienen.

·         Abren fronteras.

·         Las vuelven a cerrar.

·         Estigmatizan a los inmigrantes.

Ha pasado en todas las migraciones que hubo a lo largo de la historia. Y no fueron pocas. No te ilusiones si hay gente que se conmueve y sale a recibirte. Y te ofrece chocolate y comida caliente. Es sólo emocional, pronto se les pasará. Los sacudió una foto, un vídeo, nada más.

Mientras escribía «La Rosa y el Picaport», se me crisparon muchas veces las manos sobre el teclado. También trata de refugiados, de emigrantes. Como mis abuelos, quizás como los tuyos. Fue en 1939, cuando finalizó la Guerra Civil española. Y no fueron 1.000, ni 5.000, ni 100.000. Fueron 1.000.000 de personas. Y con una parte de ellas, los refugiados del campo de Angouleme en La Charente, Francia; los nazis decidieron probar el primer campo de exterminio. Por supuesto que antes les dieron chocolate, pan y queso. Y les dijeron que los llevaban a un lugar mejor.

 No eran judíos pese a la propaganda que adjudicó el Holocausto a ese colectivo, eran españoles. No estaban en guerra con Alemania, pero eran esa raza «casi no humana» a la que se denomina refugiados, inmigrantes. No tenían derechos, no tenían patria. Ahora tampoco los tienen. Es que hasta las fotos se parecen… casi ochenta años después

En aquel momento el gobierno español se desentendió, como el sirio ahora. El gobierno francés quería deshacerse de ellos como de la peste, los austríacos miraron hacia otro lado, Estados Unidos se hizo el tonto. Le interesaba la guerra, era la oportunidad para parar a los comunistas y que sus empresas hicieran el «agosto». ¿Te suena de algo? 

Nadie emigra por gusto. Viajar, sí, por supuesto. Pero emigrar… emigrar sólo se hace por necesidad, cuando tu mundo se acaba. 

Intentas elegir el mal menor, pero muchas veces la tierra no es la prometida y el mal, puede ser mayor.