Yo me he rebelado con llamar adolescencia a ese período de la existencia. Es que la palabra adolescente está ubicada entre adolecer y adolorido, y conlleva la sensación de padecer una enfermedad inevitable que se cura con el tiempo, como la gripe, y que puede paliarse aprendiendo a usar tampones, preservativos, cremas depilatorias, maquinillas de afeitar o fumando. Por ello he elegido «Renascencia» y la he definido como la etapa de la vida en la cual constatamos que podemos relacionarnos con los demás sin dejar de ser nosotros mismos. En ella aplicamos nuestras cualidades innatas y contrastamos los valores aprendidos en la familia o proclamados por la sociedad. De más está decir que hay personas de noventa años que todavía no la han superado. De ahí el valor de esta novela, ubicada temporalmente en el punto en que comenzamos a asomar la cabeza a un mundo nuevo, extraño, muchas veces incomprensible y las más de las veces profundamente cruel e injusto. Pero también tiene algo de misterioso y adictivo, en especial cuando nos enamoramos de verdad, por primera vez.
«…El cielo amagó caerse entre truenos y relámpagos, y a los cinco minutos salió el sol. «Ha de ser una zona adolescente del planeta», pensé.
Mónica no quería salir del agua y yo no sabía por qué
—No llevo bañador —me susurró
—Yo tampoco —contesté
—Pero a ti no se te nota —replicó emergiendo como una sirena. Quien no podía salir era yo, después de verla con la ropa pegada al cuerpo.
—Caminemos, necesito secarme antes de volver a casa y además debo hablar contigo —¿Hablar? No había una sola célula de mi cuerpo que deseara hablar en aquel momento.Sin embargo, el tono de su voz era lo suficientemente sombrío y presentí que mis sufrimientos sólo se habían tomado un respiro. Mi imaginación acaparó todas las hormonas de mi cuerpo. ¿Qué podía pasar que no hubiese sucedido ya? Si me comparaba con el Augusto que arrastraba resignado las maletas, al principio de las vacaciones… ¿Cuánto tiempo había pasado?, parecía toda una vida…
En fila india desfilaron mis recuerdos desde aquel ¡Hola! inicial al bikini floreado inalcanzable que luego se transformó en azul palpable a través de unos ojos verdes de muerte. La culminación estaba en esta Mujer, que me había ayudado a liberar mis fantasmas interiores.
No estaba preparado. Sus brazos cruzados más debajo de la cintura protegían un gineceo pulsante, expectante. Y yo no sabía qué hacer ni qué decir.
Caminamos hasta que sus pezones desaparecieron tras la blusa seca.
—Me voy mañana…»
Párrafo de la novela «Renascencia» de Ricardo Lampugnani ©