Una de las añoranzas de los argentinos que vivimos fuera.
Y no me refiero a las facturas por pagar. Esas no se añoran en ninguna parte del mundo. Hablo de esas piezas de panadería que los argentinos engullimos por docenas acompañando al mate en bombilla, al mate cocido o a una buena taza de café con leche. Como casi todos yo nunca me había preguntado acerca de su origen y menos aún del porqué de sus nombres.
No fue hasta que comencé la documentación para escribir la novela histórica «Mi abuelo fascista» que me pregunté acerca de lo que desayunarían quienes llegaban a Buenos Aires después de mucho tiempo dentro de un vapor a finales del siglo XIX. Y me llevé la sorpresa de que ya en aquella época existían las «facturas» del latín facere o del italiano fattura = procesado, hecho.
Es precisamente de la inmigración italiana durante la segunda mitad del siglo XIX de donde sale el nombre facturas. También es obra de esos emigrantes la curiosa denominación de cada una de sus variedades: cañoncitos, tortas negras, vigilantes, sacramentos, bolas de fraile, suspiros de monja, bombas de crema, libritos y otros que, a fuerza de no comerlos, se me han olvidado.
Fue en 1887 cuando se creó en la ciudad de Buenos Aires el primer ¿sindicato? En realidad, se llamaba «Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos en la Ciudad de Buenos Aires.»
¡Vaya nombre más largo!
La iniciativa fue del anarquista italiano Ettore Mattei y tiene su razón porque muchos de los italianos que llegaban a Argentina eran panaderos y… anarquistas.
En 1888 apareció en acción otro italiano y anarquista: Errico Malatesta que se había fugado de Italia perseguido por sus ideas. En Buenos Aires organizó una movilización y huelga con el objetivo de lograr mejoras en las condiciones laborales y, también, de difundir sus idearios.
Una de las acciones que emprendieron los panaderos anarquistas fue la de bautizar a sus creaciones pasteleras con nombres que estigmatizaran al poder. Para ellos, toda autoridad desde la policía a la iglesia eran enemigos.
¿Qué mejor publicidad para unos ideales políticos que cada día millones de personas los refrenden?
Si es que este caso debería enseñarse en todas las carreras de comunicación como ejemplo de «marketing de guerrilla.»
Una suave masa de hojaldre rellena de dulce de leche: cañoncitos.
Una especie de croissant recto como la porra de un policía: vigilante
Una berlinesa: bolas de fraile o suspiros de monja.
Y así sucesivamente.
Por tanto, si eres argentino, vives en Argentina o vas allí de visita, recuerda que cada vez que entres en una panadería para pedir unas «facturas», estarás rindiendo homenaje a aquellos inmigrantes que lucharon contra el poder y la desigualdad social, contra el patrón abusivo y a favor de los derechos de quienes solo tienen su trabajo para defenderse.