Los escritores de novela histórica no somos, en general, revisionistas. No pretendemos cambiar la historia pasada. En algunos casos encontramos un hilo suelto dentro de la crónica o la falta de coincidencia entre dos historiadores. Eso hace que nuestra innata curiosidad nos lleve a tirar del «fleco» averiguando que los hechos reales no son como nos los contaron. No es el propósito, pero reconozco que suele ser muy estimulante.
En un gran porcentaje, al menos de mi obra, busco rescatar vidas anónimas a las que les tocó vivir una época especial. De ahí el título del artículo: «Personajes ficticios para hechos reales.»
Creo que es un gran ejercicio de imaginación meterse en la piel de las personas de distinto origen y rango social. ¿Qué pensaban? ¿Sentían que estaban viviendo un momento histórico decisivo? ¿Eran conscientes de la realidad global?
La visión posterior, sin ánimos partidistas, nos permite vislumbrar que la historia suele ser muy lógica y bastante fácil de entender. Las gentes de la época que estaban metidas en el día a día de los hechos lo tenían muy difícil para tomar distancia de ellos. Es por aquello de que «los árboles no nos permiten ver el bosque.»
Pongamos un ejemplo extraído de la novela que estoy escribiendo ahora:
En 1895 existía un peligroso conflicto de límites entre Argentina y Brasil por el territorio de Misiones. El presidente de Argentina, José Félix Evaristo Uriburu confió la resolución del desacuerdo al laudo arbitral del presidente de Estados Unidos Stephen Grover Cleveland. Mientras tanto, Uriburu reequipaba al ejército y la armada ante la inminencia de un ataque de Chile por otros problemas de límites.
Si Uriburu hubiese conocido las intenciones norteamericanas nunca hubiese confiado un laudo arbitral al presidente de ese país. Y es que, a finales del siglo XIX, Europa comenzaba a perder hegemonía mundial a manos del rápido crecimiento de Estados Unidos. Luego de la Guerra de Secesión el gigante americano lo tenía todo para hacerse cargo del liderazgo mundial: territorio, producción agraria, incipientes industrias y una vocación innegable hacia el liberalismo y el capitalismo. Las potencias europeas, en cambio, se preparaban para enfrentarse entre sí ante el tambaleante Imperio Austrohúngaro, perdían sus colonias de ultramar y una buena parte de la población activa que emigraba.
Argentina, en esa época, era uno de los mayores productores de cereales después de Estados Unidos y un potente exportador. Poseía la mayor superficie cultivable de Sudamérica, un flujo creciente de inmigración europea y una clase terrateniente que concentraba enormes extensiones de campo. Había acabado con la resistencia indígena y las colonias agrícola-ganaderas florecían hacia el sur de la provincia de Buenos Aires.
Para hacernos una idea, recientes estudios estadísticos determinaron que en 1895 Argentina tuvo el mayor ingreso per cápita del mundo.
Estados Unidos utilizaba el proteccionismo para evitar que los productos de Sudamérica se colaran en sus mercados, pero los países europeos y en especial Gran Bretaña que intentaba mantener su hegemonía, eran compradores. En particular, la independencia de las colonias que conformaron el núcleo de los Estados Unidos, todavía dolía en las calles de Londres.
A Estados Unidos no le convenía un competidor fuerte en América con cultivos extensivos. Por eso no es ninguna sorpresa que arbitrara en contra en un asunto de límites. La famosa Doctrina Monroe había buscado debilitar el poder europeo en las Américas, pero suponía también la sumisión creciente del continente al «gran hermano» del norte.
Puede que los historiadores tilden este análisis de especulación. Y no les faltan razones. Uno de los acicates del novelista es especular sobre motivaciones no conocidas, basándose en hechos contrastados.
Y volviendo a los finales del siglo XIX y al laudo arbitral de Estados Unidos en favor de Brasil… Es bastante sintomático que la zona en litigio contuviera una de las mayores colonias alemanas del sur. Estados Unidos fue también el mayor destino de la emigración alemana en ese siglo. ¿Aleatorio? Puede, aunque puede que no.
Las características de muchos alemanes eran similares a las de los norteamericanos en aquella época.
¿Por qué?
Para saberlo deberíamos analizar la razón del crecimiento estadounidense de esos años y su vocación liberal y capitalista.
Pensemos que, durante una conquista, ocupación o «descubrimiento» como quiera llamarse, la primera ola de inmigración es la que fija las bases de la comunidad. ¿Cuáles fueron los rasgos distintivos de esa primera ola migratoria en América del Norte? En un gran porcentaje eran protestantes calvinistas o «puritanos.» La mayoría estaban descontentos con la Iglesia Anglicana británica por su cercanía a la católica y sufrían persecuciones religiosas que los llevaban a emigrar. Sus rasgos negativos principales eran el sectarismo religioso, la inflexibilidad, el desprecio hacia grupos con valores distintos, el racismo, la endogamia y la ambición en la acumulación de bienes. Sus rasgos positivos eran la actitud progresista, la defensa y ayuda comunitaria hacia sus pares, la contracción al trabajo, su espíritu casi espartano y un orgullo inmenso por lo propio.
¿Os suena de algo?
Si a lo ya mencionado agregamos la creciente concentración de individuos en las ciudades, la aparición del consumo masivo y el malestar de la población debido a las enormes desigualdades sociales, obtenemos un caldo de cultivo riquísimo en ideas anárquicas, fascistas y subversivas del orden imperante.
Con seguridad los análisis variarán en función de las creencias de cada uno. Pero…
Colocar personajes ficticios que vivan estos hechos reales es una tentación muy fuerte para un escritor de novela histórica.