Los hombres que subían a las palmeras.

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… y los que las sacudían para hacerlos caer.

La imagen me vino a la mente mientras escribía una de las novelas históricas que estoy preparando para publicar. Al comienzo me hizo gracia, luego me llevó a reflexionar. Es que es bastante difícil encontrar un período histórico de la humanidad en que no haya una lucha de poder y ambición. Y estar en lo alto de la palmera significa poder. Sea que hablemos del imperio romano, de los griegos o de los más recientes acontecimientos de los siglos XIX y XX.

Al final…

Todo se reduce a palmeras, hombres que trepan y otros que las sacuden para hacerlos caer.

Poco importa si los que suben fueron elegidos por el pueblo o lo han hecho a sangre y fuego. Más tarde o más temprano, los que han quedado abajo, sacuden la palmera.

No digo que sea bueno o malo, solo es una realidad que identifica a la especie humana y ejemplifica el parentesco con los grandes monos. Lo cual quiere decir que prevalece el instinto sobre la evolución.

Hemos desarrollado un lenguaje complejo, reglas sociales, tecnología. Hemos viajado al cosmos, investigado otros mundos y ampliado las expectativas de vida como ninguna otra especie. Pero no hemos podido vencer el instinto de la lucha de poder. Es más, se podría pensar que toda la evolución ha sido precisamente para sofisticar esta lucha.

Vamos a poner un ejemplo no muy antiguo:

A finales del siglo XIX, el mundo comenzó a cambiar más rápidamente. La industrialización llevó a la concentración de personas en las ciudades, la producción de bienes se intensificó y el acceso a los mismos se hizo más sencillo. Aparecieron más variedades de palmeras, pero salvo raras excepciones venían con alguien subido a ellas. Quienes estaban abajo se pusieron contentos en un principio porque caían más cocos, eran más dulces y tenían más agua en su interior. Sin embargo, quienes estaban arriba de las palmeras se quedaban con los mejores, no tiraban todos los que se necesitaban y pedían por ellos precios desorbitados. El descontento se extendió y los hombres de abajo comenzaron a unirse para sacudir las palmeras. Así nació el anarquismo y el comunismo, dos teorías que explicaban por qué había que hacer caer a quienes estaban en la cima de las palmeras.

Antes estos hechos, los que estaban arriba se dieron cuenta que ellos eran pocos y los de abajo, muchos. Aun así, pensaron que, si ellos y no otros habían logrado subir a las palmeras, era porque eran más inteligentes, o porque habían heredado una escalera o una cuerda lo suficientemente larga que ya venía enganchada a la palma por algún antepasado. ¿Por qué habían entonces de ceder ante los de abajo? ¿Qué culpa tenían ellos de haber conseguido o heredado una, varias o un oasis completo de palmeras? Y no les faltaba razón. Demasiado tenían con mantenerse en lo alto, no poder bajar la guardia por los que trepaban por el tronco y defender de intrusos a las nuevas variedades de palmera que iban creciendo producto de la diversificación. Tampoco podían eliminar a todos los que estaban abajo, los necesitaban para acarrear el abono, clasificar los cocos, tejer sombreros y otras utilidades de la producción. Además, los de abajo eran los que compraban los cocos y sus subproductos.

De alguna manera debían frenar el descontento.

Entonces se les ocurrió una maravillosa idea: desviar la atención y canalizar la ira de la multitud hacia otro lado. Para ello eligieron a algunos de los que estaban abajo, los más exaltados y resentidos o los que parecían llevar la voz cantante. Les hicieron creer que la culpa no era de quienes estaban en la cima de las palmeras. Financiaron su causa para demostrarles que ellos tiraban suficientes cocos para todos. No creo que haga falta poner nombres aquí, con uno basta: Adolf Hitler.

A estos cipayos involuntarios, o no, los convencieron que la culpa era de algunos grupos que se quedaban con más fruta que el resto. De esta manera mataban dos pájaros con la misma bala. Por una parte se quitaban competencia de encima y por la otra, la plebe descargaba su odio en otros, olvidándose de seguir sacudiendo las palmeras. La brillante idea no era nueva. Ya la habían utilizado los romanos con el circo, los pastores adiestrando perros para manejar el rebaño y hasta la misma Iglesia para asegurar su supremacía.

«Divide y vencerás»

La receta ha dado tanto resultado que se sigue utilizando a mansalva. Es más, ha generado un sinnúmero de nuevas variedades de palmeras a las que siguen trepados los mismos que antes, o sus descendientes.

Para evitar nuevos amotinamientos se ha ampliado el espectro de la distracción y se ha creado toda una clase social que dice defender a los de abajo, pero en realidad lo que hacen es evitar que a alguien se le ocurra sacudir una palmera. Los dueños de las palmeras están encantados con la situación y ya no saben dónde guardar los cocos. Pero la ambición rompe el saco y poco a poco han ido dejando de tirar cocos para los de abajo por lo que en algún momento volverá a generarse el descontento y la necesidad de sacudir las palmeras.

Con toda seguridad, y llegado el caso, los de arriba volverán a utilizar la distracción.

¿Dará resultado?

Todo dependerá de si los de abajo han aprendido a identificar la treta.

¿Hay alguna otra solución?

Sí, varias.

¿Son viables?

No. No mientras sigamos siendo monos que estamos arriba o debajo de la palmera.